Desde el 1 DE SEPTIEMBRE DE 2012 hemos venido celebrando en numerosos pueblos y ciudades del planeta, las lecturas solidarias "ESCRITORES POR CIUDAD JUÁREZ".

Estas lecturas están convocadas en solidaridad con Ciudad Juárez, en representación de todo el pueblo de México y por extensión de cualquier otro rincón del planeta donde el miedo, consecuencia última de la violencia, es utilizado para imponer la voluntad y los intereses de los grupos de poder sobre los derechos y la dignidad de los pueblos y los ciudadanos.

En nombre del colectivo Escritores por Ciudad Juárez continuamos con esta llamada a la solidaridad y la movilización. Quienes lo deseen pueden remitirnos sus poemas o textos, alusivos al conflicto que padece Ciudad Juárez, que serán colgados en este blog y posteriormente utilizados en cuantos proyectos y publicaciones decidan los organizadores de las lecturas solidarias. Las colaboraciones serán colgadas como entradas, con el nombre del autor o autora, junto al nombre de la ciudad de donde nos escriben. Y cada nueva colaboración del mismo autor o autora será añadida a la primera de sus colaboraciones.

Dirección de contacto: poemasporciudadjuarez@hotmail.es

lunes, 6 de agosto de 2012

LUIS A, BAÑERES, Bilbao, País Vasco

La niña camina triste, con pasos indecisos. Parece cargar con varias toneladas a sus espaldas. Llora.
Tiene tan sólo 16 años y un bestia le ha robado su inocencia y le ha impuesto una terrible madurez, de forma abrupta. Cruel.
La crisálida ha sido interrumpida y la mariposa vuela torpemente, con colores apagados, desorientada, fuera de contexto.
Ahora ha de relatar los hechos a sus padres. Siente vergüenza sin saber por qué.
Le harán muchas preguntas incómodas que no quiere contestar.
Tan sólo quiere meterse en su cama, apretar fuertemente su osito en su regazo y esperar que todo haya sido un mal sueño.

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Todo resulta muy humillante. No sabe bien por qué pero todos parecen acusarla con su mirada. ¿Por qué se siente culpable y sucia?
Ha venido el doctor. Exploraciones frías. Dedos fríos. Palabras frías.
No habla con ella. Sólo con sus padres.
Silencio y soledad en esa habitación que ahora se le antoja extraña y que parece condenarla en todo momento.
Han decidido por ella: tendrá al bebe.
La van a aislar de su entorno, por el “qué dirán”. Ha de hacerse rápido y durará hasta que llegue el momento de sacar de su cuerpo el fruto del pecado ajeno.
Sola y temerosa, afronta su largo cautiverio con resignación.
Son demasiadas sensaciones que no deberían ocupar la mente de una niña.

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El tiempo parece haberse detenido mientras su cuerpo va cambiando. Lo que antes ella quería expulsar a cualquier precio, va tomando forma y siendo cada vez más suyo. Lo nota, lo siente. Lo ama.

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Llega el momento. Es una niña. Llora con rabia, perturbada al ser arrancada de la cálida paz del vientre materno. El vínculo interno que se hacía más fuerte cada día, se ha roto para dar paso a otro férreo, vital. Aún con su mentalidad de niña, sabe que ya nunca podrá olvidar el llanto y el olor suave de esa piel y que los podrá reconocer entre miles, por muchos años que transcurran.
Se llevan el bebé. Lo  traen al poco, lavado y vestido. Se lo muestran pero sin colocarlo en su regazo. Tras unos instantes, vuelven a llevárselo y ella se sume en sueño eterno, agotada.

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Pasa largas noches sollozando. Las horas en que debería estar jugando, las pasa mirando por la ventana, extática, en la dirección donde sabe que está su hija, acogida por una buena pareja que no puede tener hijos. Sus juguetes yacen en un rincón, olvidados.
Su padre no soporta verla así, plantada en la ventana día tras día, ausente, lejana.
Convienen con la familia de acogida que podrá verla un ratito de vez en cuando, para saciar ese instinto maternal, y bañar con un poco de luz su carita de niña endurecida por máscaras ajenas a su edad.
Puede verla, acariciarla, incluso besarla. Pero no ha de cogerla. Y eso la tortura. La mata.

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A pesar de ello, ha recuperado el color. Se le ve feliz cada fin de mes acudiendo a ver a esa muñequita viviente fruto de sus entrañas y que le devuelve una sonrisa cuando aparece en el jardín. Con sus ahorros, siempre compra algún juguetito para el bebé, que la mira como a una niña mayor.
Hasta que llega un día en que se acaban las visitas.
“Conviene ir cortando la relación”, -le dicen- .
“Por el bien de la niña”, -añaden-…
“Yo también soy una niña” -piensa ella-.

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Han pasado varios años. Casi veinte desde que la vio con permiso. Sólo dos semanas desde que la ha visto a hurtadillas, en un bar de los que frecuenta con sus amigos.
En todos estos años, no ha pasado apenas un solo mes sin verla, siempre de forma furtiva. Ha asistido a su infancia, a su pubertad, a sus fiestas, a su graduación, a sus primeros escarceos amorosos, a sus desengaños….
Siempre desde la lejanía, desde la protección que le brindan las sombras y la multitud.
Quiere asegurarse de que su pequeña está bien.
Y mientras tanto, la pequeña, ajena a su sufrimiento, devuelve a la vida una sonrisa preciosa.
Lo que su pequeña nunca sabrá es que siempre ha estado protegida, alguien ha rezado día y noche para que  esa sonrisa sea eterna.
La misma sonrisa que le fue negada a otra niña, hace muchos años.

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